Es curioso cómo surge una idea, o mejor dicho, dónde.
Normalmente, una marca se construye desde un proyecto claro, sabiendo que es exactamente lo que quieres vender y cuál es tu público objetivo. Una vez tienes eso, piensas en un nombre que te diga algo, que remueva algo dentro de ti. Por último, se genera una imagen alrededor de ese nombre para terminar de vestirla.
Nosotros lo hicimos todo al revés.
Todo empezó con un dibujo, un logo, una imagen que surgió en uno de los muchos bocetos que hacía de cosas aleatorias cuando necesitaba despejar la cabeza. El nombre surgió asociando el dibujo a palabras. No tenía la más remota idea de que era o iba a ser artic-o. Mi primer impulso fue hacer temas de diseño, montar un pequeño estudio que se hiciese cargo como marca, de encargos que me hacían en esta materia. No me atreví a dar ese paso. Y no es nada nuevo, siempre me ha dado un miedo atroz emprender, invertir en mi mismo y pensar que mis ideas pueden gustar a los demás nunca ha sido el problema, pero en el momento que tocaba arriesgar dinero y pasar a la acción solía dar un carpetazo y guardarlo en el fondo de algún cajón.
Uno de los actuales socios de la empresa, sabía de la existencia de este logo y de este nombre, sabía que tenía artic-o guardado y mas o menos una idea clara de la línea de diseño que quería proponer. Él fue el primero que vio claro que el destino de aquello era una marca de ropa.
¿Y qué sabíamos nosotros de moda? Absolutamente nada. Aquello se agitó un poco, hizo mucha espuma en nuestra cabeza pero perdió el gas más rápido que una Coca-Cola de dos litros abierta.
Fue meses más tarde, un jueves, tomando una cerveza en el balcón de casa, con el que sería el tercero en discordia, cuando volví a mostrar esos diseños y de algún modo me animó a darle una vuelta y reactivar la idea. Sin saber cómo, los tres habíamos decidido empezar con un proyecto que, más de dos años mas tarde, ha llegado a su parto.